Por Pamela Hartley Pinto y Angello Coarite Asencio.
28/08/2022
Las ollas comunes, también conocidas como ollas comunitarias u ollas populares, son grupos autoorganizados en zonas de bajos ingresos, cuya función es proveer alimentos a comunidades afectadas en tiempos de crisis, como por ejemplo, la emergencia sanitaria causada por la pandemia de la COVID-19. Según el tamaño de la “olla” y el número de familias que dependen de esta, se pueden preparar entre 30 y 120 raciones por día, gracias a donaciones, trabajo colectivo de madrugada, ingenio, solidaridad y perseverancia.
Cada vez que ocurre una emergencia, la perspicacia y la capacidad de organización comunitaria suelen incrementarse, como medida de supervivencia. Las familias que dependen de las ollas comunes viven, en su mayoría, en situación de pobreza o pobreza extrema, por lo que se ven en la necesidad de recurrir a soluciones creativas que se adapten a un contexto de gran informalidad. Durante la pandemia de la COVID-19, las ollas comunes han sostenido a miles de personas en situación de vulnerabilidad, especialmente en asentamientos precarios de Lima. La última gran crisis que propició la emergencia de ollas comunes a gran escala —al menos en lo que respecta a la capital— fue la del Conflicto Armado Interno (1980-2000).
“Cada vez que ocurre una emergencia, la perspicacia y la capacidad de organización comunitaria suelen incrementarse, como medida de supervivencia. (…) Durante la pandemia de la COVID-19, las ollas comunes han sostenido a miles de personas en situación de vulnerabilidad, especialmente en asentamientos precarios de Lima.”
En medio de esta realidad de escasez e inestabilidad, las ollas comunes, al mando de lideresas comunitarias, se erigen como una práctica ingeniosa para soslayar temporalmente las grandes brechas dejadas por el Estado. Abundantes en solidaridad, resiliencia y capacidad organizativa, las vecinas se unen para atender a una comunidad —su comunidad— que, debido a la carencia de recursos económicos y a la dificultad de acceder a la formalidad, se ve particularmente perjudicada por la pandemia. Proveer al menos una comida diaria se convierte en una estrategia de supervivencia indispensable en una zona afectada por la desnutrición crónica infantil y una grave inseguridad alimentaria.
“Proveer al menos una comida diaria se convierte en una estrategia de supervivencia indispensable en una zona afectada por la desnutrición crónica infantil y una grave inseguridad alimentaria.”
A la fecha, más de 2,100 ollas comunes han sido identificadas en Lima Metropolitana y El Callao, donde se sirven alrededor de 233,205 raciones diarias (Mesa de Seguridad Alimentaria, 2021); la mayoría de estas han surgido a raíz de la pandemia. Estas estructuras espontáneas de lucha y resiliencia no han detenido ni ralentizado sus actividades desde el inicio de la pandemia.
Desde que comenzó la pandemia en el Perú, seguida de una cuarentena forzosa, las ollas comunes se han organizado de manera ejemplar. Por un lado, crearon la Red de Ollas Comunes Lima liderada por Fortunata Palomino y Abilia Ramos —de los distritos de Carabayllo y San Juan de Lurigancho, respectivamente—, quienes, infatigablemente, organizan y coordinan para darle visibilidad a las ollas y representar un frente estructurado y cohesionado. Por otro lado, liderado por la regidora Jessica Huaman y el Frente Municipal Contra el Hambre de Lima Metropolitana, se instauró la Mesa de Seguridad Alimentaria, en la que participan líderes y lideresas de diversas ollas comunes y más de 60 organizaciones de la sociedad civil, incluyendo ONGs, iglesias, entidades internacionales, universidades, ministerios y diversas instituciones locales. Organizadas en la Red de Ollas Comunes de Lima Metropolitana, las y los dirigentes de las ollas se movilizaron para demandar a las municipalidades distritales, al Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS) y al Programa Nacional de Alimentación Escolar Qali Warma (PAEQW) que cumpliesen con el apoyo prometido por el Gobierno (Santandreu, 2020). No obstante, dicho apoyo es todavía insuficiente.
Del espacio físico al espacio virtual
En medio de esta crisis, la adopción de herramientas digitales ha sido vital.Gracias al uso de plataformas de comunicación, como Zoom, Google, Facebook y WhatsApp, los vecinos y vecinas cooperan activamente en la organización comunitaria tanto online como offline. Igualmente, les ha permitido participar en reuniones con distintos agentes clave que, de no ser por estos programas, habrían sido inviables. La tecnología ha abierto espacios que anteriormente eran excluyentes; sin esta, sería casi imposible conversar, articular e incidir sobre los actores indispensables y otras ollas comunes dispersas en la capital.
Es innegable que estos espacios virtuales —como las salas de Zoom, Google meet y otros— son una gran alternativa para ejecutar procesos de participación comunitaria, pero es importante considerar que el acceso a Internet es todavía un privilegio. Muchas de las familias apenas cuentan con un dispositivo electrónico que debe satisfacer las diferentes necesidades de sus miembros. Un solo equipo puede ser empleado para atender a clases virtuales, programar reuniones vecinales, coordinar cuestiones laborales, entre otras. Por lo tanto, cada familia debe priorizar y sacrificar ciertas actividades debido a sus limitaciones materiales. Además, debido a la ubicación geográfica de estos asentamientos, la señal que llega a los dispositivos suele ser muy baja, lo que dificulta su uso. Esto se resolvió parcialmente mediante la asignación de turnos semanales.
“Es innegable que estos espacios virtuales —como las salas de Zoom, Google meet y otros— son una gran alternativa para ejecutar procesos de participación comunitaria, pero es importante considerar que el acceso a Internet es todavía un privilegio.”
Este espacio seguro, democrático y participativo debe tomarse como ejemplo de espacio de participación ciudadana eficiente, donde se ha conseguido no solo la coordinación entre varios actores, sino también la incidencia y la ejecución de estrategias de comunicación clave, como la campaña #ollascontraelhambre, que trascienden el espacio físico de los asentamientos.
Aprendizajes de la organización comunitaria de las ollas comunes.
Las y los vecinos que lideran las ollas han demostrado tener habilidad y capacidad de reacción frente a la crisis, permitiéndoles conseguir al menos una comida diaria. Han demostrado poder alimentar a sus vecinos mediante una adecuada e innovadora administración de las ollas comunes, trabajando de forma colaborativa, reinventándose en ambientes precarios, organizando y articulando con múltiples actores, e incidiendo en políticas públicas. Han logrado lo improbable en momentos de crisis e informalidad, especialmente con escasa ayuda y presencia del Estado.
Imaginemos el enorme potencial de estos lideres y lideresas junto a sus comunidades, más allá de la emergencia, con el apoyo del Gobierno y las herramientas adecuadas. Para ello, el siguiente paso es buscar que se declare la emergencia alimentaria y apoyar el proyecto de ley de recuperación de alimentos, que permitiría fortalecer los espacios de las ollas comunes. Del mismo modo, urge la asignación de un presupuesto, y el reconocimiento a la incesante labor de las lideresas comunitarias frente a la pandemia. Este debería ser el primer paso para asegurar el derecho universal a la alimentación saludable, buscando enfrentar la crisis generada por la desnutrición crónica, que se ha agudizado más aún con la pandemia SARS-CoV-2.
“Imaginemos el enorme potencial de estos lideres y lideresas junto a sus comunidades, más allá de la emergencia, con el apoyo del Gobierno y las herramientas adecuadas. Para ello, el siguiente paso es buscar que se declare la emergencia alimentaria y apoyar el proyecto de ley de recuperación de alimentos, que permitiría fortalecer los espacios de las ollas comunes.”
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