Por Fernando Poma Rozas, arquitecto.
En las últimas semanas, tras un intento más de cambiar la zonificación de las tierras agrícolas del valle de Lurín (ciudad de Lima) a usos residenciales y comerciales, se ha puesto en discusión los diversos intereses que se tiene respecto al suelo urbanizable en el Perú.
Visto desde una perspectiva económica, como menciona Espinoza A. de GRADE, (…) si entendemos que casi toda la expansión de suelo es informal, y por ende no cumple con la ley, es iluso que la solución venga por una ley.
Si sabemos quela rentabilidad al vender un lote de suelo agrícola supera el 150%, como menciona A. Espinoza, es necesario tener una lógica económica que acompañe la idea de mantener el suelo como valle, y habría que preguntarnos ¿Cómo rentabilizamos el suelo agrícola o el valle propiamente frente a la informalidad y/o formalidad de los urbanizadores?, encontrar una alternativa rentable en contraposición a esta pregunta, nos lleva a profundizar sobre la estructura misma de como entendemos la construcción territorial, en los valles peruanos.
«¿Cómo rentabilizamos el suelo agrícola o el valle propiamente frente a la informalidad y/o formalidad de los urbanizadores?, encontrar una alternativa rentable en contraposición a esta pregunta, nos lleva a profundizar sobre la estructura misma de como entendemos la construcción territorial, en los valles peruanos.»
De la construcción territorial a la naturaleza habitada
El cambio crucial sería una política pública de base, respecto a la dinámica territorial sobre la planificación de los valles en el Perú; sin embargo, lo primero que debemos entender es que la construcción del territorio debería pasar por internalizar la naturaleza habitada, principalmente en ecosistemas y geografías como los mencionados valles.
«El cambio crucial sería una política pública de base, respecto a la dinámica territorial sobre la planificación de los valles en el Perú; sin embargo, lo primero que debemos entender es que la construcción del territorio debería pasar por internalizar la naturaleza habitada, principalmente en ecosistemas y geografías como los mencionados valles.»
Sáez Vaquero J.M. habla de la construcción mental del territorio, un imaginario desde un enfoque cultural, sobre la que vamos añadiendo variables provocando dinámicas en el lugar, fragmentadas en el tiempo por las múltiples ideas de ciudad, restringiendo las necesidades locales frente a las aspiraciones románticas de una metrópoli. Si nos desprendemos de esas “etiquetas culturales” sobre el territorio, viendo la naturaleza propia de su geografía, en ese momento daremos soluciones respecto a los valles o cualquier otra unidad geográfica.
El Perú cuenta con más de 90 valles a nivel nacional, con características diversas que deberían ser estudiadas, no sólo desde una mirada urbana, si no, desde una naturaleza habitada; y no sólo habitada por el hombre, es decir, conviviendo con el ecosistema natural. Las políticas deberían proponerse desde la defensa propia de nuestra geografía nacional en nuestras tres regiones naturales.
«El Perú cuenta con más de 90 valles a nivel nacional, con características diversas que deberían ser estudiadas, no sólo desde una mirada urbana, si no, desde una naturaleza habitada; y no sólo habitada por el hombre, es decir, conviviendo con el ecosistema natural. Las políticas deberían proponerse desde la defensa propia de nuestra geografía nacional en nuestras tres regiones naturales.»
Consolidando esta forma de operar desde las ciencias naturales con las técnicas disciplinares, empezaríamos a generar una agenda regional. Esta idea ha sido explorada por el Estudio Bulla de Argentina, cuya práctica en el territorio en Buenos Aires va desde imaginar a partir de las reservas naturales una transformación en los códigos urbanísticos, una hibridación entre el ecosistema y las personas.
Las ciudades peruanas dan espalda a sus ríos, sus espacios públicos tienen más cemento que áreas verdes, los niños tienen más juegos mecánicos que dinámicas lúdicas de aprendizaje en comprensión a su naturaleza regional. Crecen con una “ciudad soñada” por encima de sus ríos, montañas y bosques, prefieren ir al centro comercial y al supermercado en vez de empoderar una soberanía alimentaria con recursos locales a partir de la agricultura focalizada.
La pandemia del Covid-19 ha puesto en evidencia esta separación con lo natural y lo local, y la urgencia de volver a conectarnos con la naturaleza y el territorio. Este debería ser un paso para implementar procesos estratégicos que nos lleven a reducir la disparidad rural y urbana, comprendiéndolos como parte de una unidad natural habitada. Ello en contraposición con la forma como se viene calificando el suelo mediante la “zonificación”, que pretende simplificar la complejidad del habitar en lo “urbano” y lo “no urbano”.
«La pandemia del Covid-19 ha puesto en evidencia esta separación con lo natural y lo local, y la urgencia de volver a conectarnos con la naturaleza y el territorio. Este debería ser un paso para implementar procesos estratégicos que nos lleven a reducir la disparidad rural y urbana, comprendiéndolos como parte de una unidad natural habitada.»
Gestión local como estrategia frente a lo urbanizable
Este contraste nos lleva a reflexionar que lo rural no está siendo visto en real dimensión ambiental, social y productiva, y que las políticas urbanas no reconocen la ruralidad como una forma legítima de ocupación del territorio, distinta a lo “urbano”, y con equivalente derecho a la calidad de vida que se espera en las ciudades; por lo que se consolida un escenario informal en las zonas periurbanas del país, bajo una lógica de autoproducción del hábitat.
Estas escalas habitables comunitarias deberían ser acompañadas y soportadas por el estado nacional y los gobiernos locales; sin idealizarlas pero permitiendo consolidar los diferentes poblados con una mentalidad de desarrollo sobre su propia naturaleza habitada, fortaleciendo las economías locales, la seguridad y soberanía alimentaria, el suelo para vivienda como unidad de producción y residencia, un acompañamiento de turismo vivencial como puentes de encuentro responsable, etc.
«Estas escalas habitables comunitarias deberían ser acompañadas y soportadas por el estado nacional y los gobiernos locales; sin idealizarlas pero permitiendo consolidar los diferentes poblados con una mentalidad de desarrollo sobre su propia naturaleza habitada.»
Se deben trazar estrategias y procesos específicos por localidad, comprendiendo su diversidad como comunidad con programas municipales de conservación frente al valle; provocando esa lógica inversa, de introducir el valle en la ciudad, más que urbanizar el valle. De esta forma insertar una agenda de política nacional de urbanismo, sobre el manejo de los valles y las unidades naturales habitadas en su conjunto.